Mientras la protección se entiende como un cuidado preventivo ante un eventual riesgo o problema, en el que defendemos a amparamos al protegido de algo o alguien que le puede ocasionar un daño, la sobreprotección es definida por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) como una reiteración de protección, con dominio o superioridad.
Proteger a nuestros hijos es algo inherente al ser humano. Así, la raza humana -como muchas razas animales- posee el instinto de protección de manera innata. De hecho, las propias circunstancias biológicas que hacen que nuestro cuerpo y nuestro cerebro adquieran las capacidades de manera escalonada, provocan que nuestra supervivencia esté en peligro si no contamos con los cuidados de un adulto durante nuestra etapa de crecimiento.
Desde que el bebé nace, se le protege primero físicamente (frio, hambre, sueño…) y luego psicológicamente. Sin embargo, un adecuado proceso de crianza implica necesariamente permitir progresivamente que el niño/a vaya adquiriendo mayores dosis de autonomía y de libertad. Debe aprender a caerse y a entender que puede levantarse sin ayuda, ensuciarse sin sentir que hace algo malo, enfadarse sin temor a dejar de ser querido, expresar opiniones distintas a las de sus cuidadores, hacer sus propias elecciones, equivocarse, etc.
La línea que NO se debe cruzar
Proteger a los niños es absolutamente necesario y es además nuestra responsabilidad. El peligro viene cuando nos extralimitamos, anteponiendo nuestros temores y la necesidad de tener todo bajo control y en calma, a las propias necesidades físicas, afectivas e intelectuales del menor.
Darles todo hecho, resolver sus problemas, impedir que asuman las consecuencias de sus errores, justificar y minimizar sus malos comportamientos, estar pendientes de acabar por ellos lo que les supone dificultad o esfuerzo, etc. son solo algunos ejemplos de actitudes sobreprotectoras. Facilitarles tanto la vida no es el mejor modo de formarles y hacerles crecer como personas; hacer eso limita sus posibilidades de madurar y convertirse en adultos independientes y seguros.
Si nos detenemos un instante a reflexionar sobre las palabras empleadas por la RAE en la definición de sobreprotección como “una reiteración de protección, con dominio o superioridad”, podremos comprender que la sobreprotección es algo que no tiene que ver tanto con la persona objeto de esa protección como con quien la ejerce.
Es un hecho que el ritmo de vida actual nos deja menos tiempo para atender a los menores, que quedan a cargo de educadores, cuidadores, abuelos, etc.; pero sorprendentemente y en contraposición, cada vez se protege más a los niños. Y es en este contexto confuso donde lanzo algunas preguntas interesantes:
- ¿será que la sobreprotección es el modo que encontramos para compensar esa falta de tiempo?,
- ¿tenemos sentimiento de culpa por no atender a nuestros menores como nos gustaría?
- ¿nos sentimos inseguros en cuanto al modo correcto de educar a nuestros hijos?
Nuevamente, debo insistir en el hecho de que estos aspectos no tienen nada que ver con las necesidades reales de las personitas a las que protegemos, sino con nuestras propias necesidades y angustias.
Aspectos negativos de la sobreprotección
Por todo lo expuesto, considero de vital importancia para el adecuado desarrollo de nuestros pequeños, tener presente la cara negativa de la sobreprotección:
1. Coarta su libertad
El hecho de limitar sus acciones, prohibirles explorar el entorno o hacer cosas nuevas sin tenernos pegados a ellos, demorar el permiso para hacer actividades que otros niños de su edad ya hacen, etc. puede provocar que se sientan presos en su propio entorno familiar. Un entorno que en lugar de alentarle a salir al mundo y tomar sus propias decisiones, cuidando desde la distancia, le mantiene en una jaula para evitar que sufra daños.
2. Retrasa el desarrollo de sus propias habilidades y les impide madurar
Con las actitudes sobreprotectoras estamos impidiendo el desarrollo de habilidades tan importantes como la búsqueda de soluciones a los problemas que se le van planteando día a día, la capacidad para tomar decisiones de modo independiente, la autonomía personal o el desarrollo de la autoestima, entre otros.
Muy a pesar de nuestro instinto de protección, una de las principales fuentes de aprendizaje en los niños es la experiencia directa, no los mensajes que les lanzamos, o la observación de las conductas de otros niños. El niño que no se cae en el parque no entiende que debe ir con cuidado para no hacerse daño. Al niño que no necesita pedir agua o comida o abrigo, porque siempre hay alguien que se anticipa a la generación de la necesidad, le costará mucho más trabajo identificar esas necesidades y verbalizarlas para que sean cubiertas. El niño al que no se le asignan pequeñas responsabilidades adaptadas a su edad, no aprenderá a hacerse cargo de asuntos importantes más adelante.
3. Crea en ellos inseguridad y baja autoestima
El exceso de protección impide que el niño pueda demostrarse a sí mismo que es capaz de hacer cosas por sí solo y enfrentar dificultades. Eso, con el tiempo, provocará que el menor interiorice mensajes poco adecuados para su desarrollo: no puedo hacer nada solo, necesito de los adultos para cualquier cosa, no soy suficientemente (inteligente, fuerte,…) para enfrentar esta situación o tarea, yo no sé hacer… SOY UN INÚTIL. Y así, estaremos creando personas inseguras y dependientes, que tendrán escasa o nula confianza para hacer frente a los retos propios de cada edad por sí mismos.
Por ello, dentro de la labor educativa que nos corresponde como padres, cuidadores, etc. una de las más importantes es proporcionarles experiencias que faciliten a estos niños la adquisición de las herramientas necesarias para hacerse cargo de un modo responsable y maduro de sus propias vidas.
4. No les permite crecer como personas
Como ya he mencionado, la sobreprotección hará que desarrolle una personalidad dependiente que le imposibilitará dar un paso sin la ayuda de los demás, impidiendo o limitando su autonomía personal. Además, con el paso de los años, estas vivencias de temor, inseguridad, incapacidad y pobreza de experiencias, conducirán a estas personas a vivir permanentemente en un estado de insatisfacción generalizada, que puede llegar a influir muy negativamente en todos los ámbitos de la vida (personal, laboral, afectivo, social…).
Con la sobreprotección, al niño convertido en adulto se le hará verdaderamente difícil mantener una vida ordenada y positiva. Así, pueden ser frecuentes las dificultades de integración en un trabajo, limitando sus posibilidades de tener puestos bien remunerados y/o de responsabilidad. Además, en el ámbito relacional, la inseguridad y la tendencia a depender de otras personas puede conducir al establecimiento de relaciones tóxicas y la imposibilidad de crear vínculos positivos basados en el respeto hacia la otra persona y hacia sí mismo.
Reflexiones finales
Siendo justos con las personas con tendencia a la sobreprotección, podríamos decir en su defensa que en un momento dado pudiera parecer razonable pensar que dicha sobreprotección puede hacer feliz –en ese momento- a la persona que la recibe, por cuanto debajo de ese comportamiento se deja entrever el deseo de cuidar al máximo a quien se quiere… y sentirse querido es el mejor regalo que podemos hacerle a un niño.
No obstante, y para ayudar a entender a estas personas los riesgos de su modelo de crianza y alentarles a dejar de lado la sobreprotección, debemos instarles a que miren más allá del momento presente. Si miramos más allá y visualizamos la figura del niño como un futuro adulto, entenderemos que a largo plazo, este modo de mostrarle nuestro amor y cuidarlo no genera beneficios a nuestro hijo, ya que si bien puede parecer razonable querer educarle sin ningún tipo de preocupaciones para poder garantizar su felicidad, con el paso de los años esta sobreprotección puede crear adultos no preparados para las situaciones que les deparará la vida.
Es más, resolver todo por ellos, protegerles de todo dolor, darles todo a cambio a nada, no exigirles esfuerzo ni constancia para no frustrarlos, es el mejor caldo de cultivo para construir personas insanas (egoístas, tiranas, inseguras, inmaduras, hipersensibles o insensibles, etc.).
¡¡ Mucho cuidado, padres!!, porque los niños sobreprotegidos pueden convertirse en adolescentes conflictivos y posteriormente en adultos inadaptados y vulnerables.
Reflexionar sobre este asunto y -si os parece acertado mi mensaje- trabajar duro para formar a una persona de la que sentiros orgullosos/as.
Permite a tu hijo/a demostrarte de qué es capaz; seguro que te sorprenderá.
Texto redactado por: Esther González Jiménez. Psicóloga Clínica.